Obel: historia de Isabel Darga

Remontémonos atrás en el tiempo, a esos días en los que Tristán, que por fin había terminado su licenciatura en ciencias políticas, regresaba a Obel tras la repentina muerte de su madre. En esa época, como quizá recordaréis, Tristán salía con una muchacha llamada Isabel Darga: enérgica pelirroja a quien gustaban las fiestas y la vida nocturna y que soñaba con alcanzar fama y fortuna en el caprichoso mundo del espectáculo, apareciendo en portadas de revistas y acaparando la atención de los medios. Soñar es gratis, pero vivir no, de modo que mientras esperaba su oportunidad Isabel trabajaba como monitora de aerobic en un gimnasio y residía en un minúsculo apartamento de renta baja.

Fue durante esa ausencia de Tristán cuando Isabel conoció a Javier Tejado, atractivo camarero recién contratado en una cafetería próxima a su lugar de empleo. Que su novio hubiera tenido que marcharse al funeral de su madre en una aldea remota no significaba que ella no pudiera salir a divertirse, ¿no? Y al encontrar a Javier en una conocida discoteca del centro, pensó que la noche fluía y la casualidad se había puesto de su parte…

No mucho después, Isabel viajaba a Obel para reunirse con Tristán y la aventura con Javier Tejado no era su único secreto… Aunque aparentaba encontrarse bien, enseguida se obsesionó pensando que todo el mundo se daba cuenta de lo que trataba de ocultar y día tras día buscaba el modo de poner fin a esa relación, que ya no podía ir a ninguna parte: tras la inesperada proposición de matrimonio de Tristán, que no podía aceptar, hizo las maletas y regresó a la ciudad. Sabía que su vida iba a dar un giro de 180 grados y ya nada volvería a ser como antes.

Cuando le comunicó la noticia, Javier no se hizo cargo e Isabel no se lo reprochó: apenas se conocían. No tuvo valor para ponerse en contacto con Tristán ni responder sus llamadas, aunque por conocidos comunes sabía que continuaba en Obel y que no pensaba ya en irse: había pedido que le enviaran sus cosas a la aldea. Pudo conservar su empleo en el gimnasio con un puesto de recepcionista. Y por lo demás, la vida siguió su curso y al llegar el otoño nació su hijo Roberto.

Para Isabel las cosas no resultaron fáciles: Roberto fue un bebé irritable que lloraba continuamente y después un infante que reclamaba toda su atención; no contaba con ninguna ayuda y recibió varias advertencias de su jefe por llegar tarde al trabajo o tener que ausentarse. El apartamento donde vivía era, simplemente, demasiado pequeño, por lo que al crecer su hijo tuvo que mudarse a un feo bloque de pisos de la periferia. Allí conoció a un hombre un tanto extraño, mucho más joven que ella, con quien comenzó una relación informal. Y ya sabéis que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

El gimnasio cerró. En el paro, de nuevo embarazada y sin muchos ahorros, Isabel tenía motivos de sobra para preocuparse… Temiendo que en los rumores que circulaban sobre el padre de su hijo hubiera parte de verdad, decidió huir al sitio más olvidado y recóndito que se le ocurrió: Obel.